Estos cuatro días de fiesta me los he tomado como si de unas minivacaciones se trataran. Me hacía falta descansar, del trabajo, del ajetreo, de la vida social que a menudo nos forzamos a tener para suplir la ausencia de tiempo durante la semana y que, aunque de otra forma, también agota.
Si tuviera que resumir estos días lo haría en: horas de sueño, unas 34 repartidas en 4 noches, bastante más del promedio habitual; actualizaciones varias tecnológicas; varias sesiones de carbohidratos (dos pizzas y una fideuá), todas ellas en compañía excelente, bien familiar, bien de amigos -de las calorías asociadas hablaremos en otro momento-; algún tiempo preparando platos sencillos en la cocina, sin pretensiones; música de fondo, que si Pedro Guerra, que si Fito y los Fitipaldi, que si Drexler, que si Ruibal; y, cómo no, CINE. Pero esta vez, el cine, ha venido en buena parte de la mano de la tele.
Dos películas que ya tienen años y que tenía pendientes han caído circunstancialmente en mi mando a distancia, en el momento adecuado y en algún caso, en canales que ni siquiera sabía que existían. Así, el domingo (creo) descubrí que en el canal Super3/3XL me ofrecían la posibilidad de ver «V de Vendetta«. Teniendo en cuenta el momento histórico lamentable que estamos viviendo y la proximidad del 5 de noviembre, tiene su qué ver la peli justo ahora. Ayer la película vino de la mano de La2 -eso de poder ver cine sin anuncios siempre suma puntos- y Tim Burton y «La novia cadáver» se contaban también entre mis pendientes. Así que disfruté de otro tipo de narración, que me pareció también sensacional.
Hoy una cita para ir al cine, en sala grande, como debería verse siempre el cine, me ha conducido a ver «La voz dormida» que no puede ver mientras estuve en el Festival de Cine de San Sebastián, porque a pesar de ser estrenada allí, fue en los días en los que yo ya no estaba.
La película es una adaptación de la novela de idéntico título de Dulce Chacón, y es casi un homenaje que Benito Zambrano rinde a la desaparecida escritora. Para ello escoge un magnífico elenco femenino protagonista, entre el que brilla con luz propia María León, que realiza un espectacular trabajo y convence en cada momento: sufres, ríes y te ilusionas cuando ella lo hace. No sé si Zambrano es uno de esos «directores de actrices», sé que me emocionó con Solas y la magnífica actuación de sus protagonistas y lo consigue, una vez más, con María León e Inma Cuesta, y también con un montón de secundarias, imprescindibles para la historia.
He pasado sobrecogida y con la angustia acompañándome, aposentada en mi pecho, toda la película; una angustia que no sólo tenía que ver con que la película esté bien hecha, bien interpretada o bien dirigida, que en mi opinión lo está, sino que tenía que ver, especialmente, con la proximidad de los hechos históricos que relata, con la certeza de saber que hubo miles de historias similares con idéntico o parecido final. Porque aunque algunos insistan en dejar de lado la memoria histórica, olvidarla es renunciar a nuestra historia, a la más reciente, a los errores que se cometieron, en todos los bandos, pero que se acabaron sufriendo cruentamente en el bando de los perdedores.
La voz dormida es una película de mujeres españolas tras la guerra civil, en los primeros años de la dictadura. Algunas militantes, otras, simplemente, madres, hijas, novias, hermanas o amigas de alguien a quien el régimen tachó de algo, justa o injustamente. Todas sufren y todas luchan, algunas por sus ideales, otras por seguir vivas y otras se sacrifican para que el mundo, tal vez, pueda ser mejor.
No recuerdo tanta angustia desde que vi Salvador, que me arrastró a una situación similar. Algunas lloramos en el cine, sin tapujos, pero con películas como estas, lo hacemos desconsoladamente y cuando se acaba la película no se acaba el mal rollo, ni la angustia, y la desazón te acompaña; te acompaña la certeza de saber que eso es una recreación de historias reales, que hubo muchas, que son cercanas. Una no puede dejar de pensar que el octogenario que tenía sentado delante vivió eso… Porque hablamos de historia viva, historia reciente, de la que los damnificados tienen miles de nombres anónimos. Ojalá nos ayude recordarlo para que algo así no se repita jamás, y aunque reconozco que me queda poca fe en el ser humano, intentaré ser optimista.